Una guerra cercana
Los efectos que está provocando la guerra de Ucrania en nuestra salud mental no están siendo para nosotros, en España, los mismos que nos provocan otras guerras más lejanas.
La distancia al punto de guerra es un factor muy importante.
Kiev está “sólo” a 3600 km, en coche, de Madrid. La frontera entre Ucrania y Polonia, que marca el límite de la guerra, a unos 3100 km.
La guerra de Ucrania está cerca. Muy cerca.
Además está en Europa.
Los refugiados de la guerra de Ucrania no son ya refugiados de países lejanos y de culturas diferentes a las nuestras, como los que hemos visto, de forma distante, en los últimos años.
Ahora son personas que han vivido, al igual que nosotros, en una sociedad moderna y confortable.
Están siendo un reflejo de lo que a nosotros mismos nos puede pasar.

Nuestra sociedad, altanera y exclusiva, está viendo que la guerra es posible también para nosotros.
Las bombas no están cayendo en ciudades lejanas de países “acostumbrados” a la guerra.
Las bombas están cayendo y están destruyendo ciudades y viviendas que hasta hace poco eran como las nuestras.
Esta situación ha generado en nuestra sociedad una gran incertidumbre.
Incertidumbre sobre la posibilidad de que la guerra de Ucrania se convierta en una guerra global en Europa o en una Tercera Guerra Mundial, que nos afecte de lleno, de la misma forma que está afectando a nuestros vecinos de Europa del Este.

La guerra de Ucrania en nuestra salud mental
La guerra de Ucrania está creando una situación global de ansiedad, miedo, pena y tristeza.
La incertidumbre es la fuente principal de la aparición de síntomas de ansiedad.
Genera nerviosismo, tensión emocional e inquietud interior constante.
La ansiedad aumenta con el desembarco de noticias negativas y de previsiones caóticas como las que estamos recibiendo constantemente.
Las noticias catastrofistas están siendo las bombas que estamos recibiendo nosotros en la distancia.
El miedo está a flor de piel.
Lo percibimos en los rostros de las personas que piden protección y refugio.
Lo generamos nosotros mismos ante el temor a la pérdida de los valores y del bienestar que tanto nos ha costado conseguir.
Ahora los refugiados podemos ser nosotros mismos y eso genera un miedo atroz
La pena y la tristeza van de la mano.
Las imágenes de las familias rotas y de los “padres-soldados” que se despiden de sus seres queridos (a los que mandan hacia un futuro muy incierto, lejos de la guerra pero lejos de ellos y de su entorno habitual), están dinamitando nuestra línea afectiva de flotación y nos están hundiendo anímica y emocionalmente.

Tenemos que ser capaces de encauzar estos sentimientos, estos efectos negativos sobre nuestro estado emocional que la guerra de Ucrania está generando en nuestra salud mental y que nos están provocando incertidumbre, miedo, pena y tristeza, como fuente de energía positiva para ayudar a quienes ahora nos necesitan.
Pero, también tenemos que conseguir que estos sentimientos sirvan para modular las decisiones de nuestros políticos y de nuestros gobernantes, a la hora de afrontar y abordar el presente y el futuro de esta guerra que nos está tocando vivir tan de cerca.

Este artículo se publicó el 14 de marzo de 2022, es decir, 3 semanas después del comienzo de la Guerra de Ucrania.
Hoy se publica de nuevo para recordarnos que esta guerra sigue presente y que, después de 3 años, aún no aparecen posibilidades reales de su finalización.
Y, además, los países que pueden ayudar a resolverla sólo piensan en sus intereses económicos.